Yo no sé cocinar, empecemos por ahí…
Sacadme de cocinar algo de pasta y calentar algo en el microondas y estoy más perdida que un pingüino en Almería…
De este hecho deriva la extrañeza causada en propios y extraños en mi afición por los programas de cocina…
Como la mayoría de las veces la televisión apesta (creo que ya os he contado mi aversión a programas de cotilleo, a ello sumad películas infumables y/o repetidas, series que ya he visto, documentales anodinos…), pues me encuentro entre ver Canal Cocina o tirar la tele por la ventana (también suelo ver una peli en DVD o lo que sea, pero hay horas que lo de la peli no cuaja…).
Mis cocineros favoritos son Jaime Oliver y Lorraine Pascale, aunque también me gusta mucho Julius, Sergio Fernández y Amanda Laporte. No sólo me baso en cómo cocinan, también en como explican las recetas y su personalidad.
Sinceramente os digo que me quedó como hipnotizada viéndolos cocinar.
Mi explicación para ello es, probablemente errada y seguramente alterada por mi mente fantasiosa y algo desquiciada…
Creo que me fascinan los cocineros porque me recuerdan a ¡los brujos!
¿Ya habéis parado de reír? ¿Aún no? ¿Os dejo unos minutos más?
Ya, ¿no?
Ahora razono un poco esta opinión… Los brujos y brujas hacían pociones y filtros amorosos y les tengo idealizados (¿y quién no?) asomados a grandes calderos en los que echaban los ingredientes necesarios para sus propósitos.
¿Y qué hacen los cocineros? Pues lo mismo, ¿no? Cogen un poco de allí, una pizca de allá y un chorro de esto y una cucharada de lo otro y crean, no pociones, pero sí platos que, en ocasiones nos elevan el espíritu y en otras nos obsequian con una visita más o menos prolongada al hospital…
¿Es una locura? Probablemente, es idea mía. Pero… ¿acaso no tengo algo de razón?
Ahí os lo dejo…
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