miércoles, 11 de julio de 2012

FAMILIA NUMEROSA

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Cuando era pequeña mi gran ilusión era tener muchos hijos. Me encantaban los niños pequeños y quería tener muchos, dos mínimo (ser hija única me ha hecho tener muy claro que no tendría uno solo)…

Y es que cuando era más joven y más inocente, creía que el tener pareja iba a ser tan fácil como hacer amigos. Creo que tenía la sensación de que al hacerte mayor, el novio/marido/lo que sea, se te acoplaba como por arte de magia y así, sin más, tenías hijos…

Con los años vas entendiendo que el tener pareja no es solo conocer a alguien y llevarse bien, hay que sorteas peleas, celos, problemas de la vida cotidiana… pero aún ves plausible lo de emparejarte de por vida y tener una extensa prole.

Pero, amigos, llega la adolescencia y la realidad te da un sonoro y doloroso bofetón. No cumples los cánones de belleza habituales y, aunque seas la mejor persona del mundo, las hormonas juveniles van disparadas en dirección a las que tienen las curvas en su sitio, aunque sean gilipollas perdidas (sí, vale, hay algo de envidia…).

El caso es que vas superando etapas, forjando tu autoestima y consigues pareja. El ideal romántico que aún sobrevive desde que leías cuentos de hadas y veías culebrones te hace imaginar que es el amor de tu vida y que, al fin, lograrás ser madre…

Pero… nuevo bofetón, esta vez de la cruda realidad. Las relaciones de pareja no son fáciles. Peleas, enfados tontos, malentendidos, que él se tire a otra… en fin, que adiós cuento y, encima, das gracias por no haber tenido hijos con semejante esperpento…

Y llegamos al presente. A mis treinta y muchos estoy libre como una hoja al viento. Defraudada y desengañada, no persigo pareja (ya no más). Y lo de los hijos…

A lo largo de los años he ido perdiendo ese amor por la familia numerosa. No digo que no quiera tener hijos, pero ya no es una prioridad. Veo demasiados niños malcriados y ya no me veo con paciencia para lidiar con niños así (eso sin contar la edad del pavo y demás).

“Es que tus hijos no tienen porque ser así”, me diréis. “Todos los niños pasan por esas fases y si los padres son responsables, se superan”, me aleccionaréis…

Y tenéis razón. Pero la que ha cambiado he sido yo. Ya no tengo ese instinto maternal que me hacía girar la cabeza hacia un bebé… mi reloj biológico se ha estropeado, o se ha atascado esperando el momento adecuado, qué se yo.

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