Sí, lo confieso, tengo miedo.
Tengo miedo a todo… a empezar un nuevo curro, a no hacer bien mi trabajo (y me echen la bronca), a conocer gente, a perder a mis seres queridos y quedarme sola, a no tener trabajo…
Miedo, miedo, miedo…
Y no creáis que no hago nada por evitarlo.
Intento seguir siempre la máxima de pensar en positivo. Y sé, racionalizo, en los casos de trabajo, que cuando empiece y me organice, en realidad no es para tanto y lo llevo bien.
En otros casos, bueno, supongo que todos pasaréis por lo mismo cuando alguien de vuestro entorno enferma (ya sea humano o animal)… sobre todo, como es mi caso, estando acostumbrada a que gocen de buena salud… en ese caso, al enfermar parece que toda esa seguridad que creías tener se viene abajo como una casita de papel mojado y lo pasas fatal. Aunque sepas que se van a recuperar… ver a gente que está siempre tirando para adelante derrumbada por la enfermedad y la depresión que se les viene encima por no estar bien, hace que una bola de hierro inmensa se coloque en mi estómago y no me deje funcionar correctamente…. todo son malos augurios…
Y cuando se trata de mis bichillos, entonces –pensad lo que os de la gana- es peor. Una persona enferma te dice donde le duele y puedes acudir sin problemas (de momento) a cualquier centro de salud. Con un animal, no. Primero, no pueden decirte que les pasa, solo se muestran apáticos o dejan de comer. Cuando te das cuenta de que ocurre algo (a veces si el dueño no está muy alerta, el remedio llega demasiado tarde…) has de llevarlo al veterinario y claro, llega el miedo (“seguro que tiene algo malo”, “seguro que me dice que no hay remedio”).
Odio ser así. De veras que sí.
Me gustaría poder enfrentar las cosas sin darles tantas vueltas; pero no puedo evitar que un nudo enorme se forme en mi estómago cada vez que tengo que hacer algo que salga de mi rutina, sea lo que sea…
¿Tengo remedio, doctor? Que alguien me ilumine…
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